Lectura ilustrada Don Quijote, I, caps. 36-38

Ilustración de José Jiménez Aranda para la ed. del tercer centenario, Madrid, 1905-1908

Actividades

A) Mira la imagen que se muestra arriba e intenta identificar el mayor número posible de personajes que aparecen a uno y a otro lado de don Quijote. 2. A continuación lee este fragmento del discurso sobre las armas y las letras que nuestro protagonista está a punto de pronunciar ante los comensales, y localiza diez gazapos que se han deslizado en el mismo:
«Verdaderamente, si bien se considera, señores míos, grandes y fantásticas cosas ven los que profesan la orden de la andante caballería. Si no, ¿cuál de los vivientes habrá en el mundo que ahora por la puerta deste palacio entrara y de la suerte que estamos nos viere, que juzgue y crea que nosotros somos quien somos? ¿Quién podrá decir que esta señora que está a mi lado es la gran reina que todos sabemos, y que yo soy aquel Caballero de la Triste Figura que anda por ahí en boca de la gente? Ahora no hay que dudar sino que esta arte y ejercicio excede a todas aquellas y aquellos que los hombres inventaron, y tanto más se ha de tener en estima cuanto a más riesgo está sujeto. Quítenseme delante los que dijeren que las letras hacen ventaja a las armas, que les diré, y sean quien se fueren, que no saben lo que dicen. Porque la razón que los tales suelen decir y a lo que ellos más se atienen es que los trabajos del espíritu exceden a los del cuerpo y que las armas solo con el cuerpo se ejercitan, como si fuese su ejercicio oficio de ganapanes, para el cual no es menester más de buenas fuerzas, o como si en esto que llamamos armas los que las profesamos no se encerrasen los actos de la fortaleza, los cuales piden para ejecutallos mucho entendimiento, o como si no trabajase el ánimo del guerrero que tiene a su cargo un ejército o la defensa de una ciudad sitiada así con el espíritu como con el cuerpo. Si no, véase si se alcanza con las fuerzas corporales a saber y conjeturar el intento del enemigo, los disignios, las estratagemas, las dificultades, el prevenir las heridas que se temen; que todas estas cosas son acciones del raciocinio, en quien no tiene parte alguna el cuerpo. Siendo, pues, ansí que las armas requieren sensibilidad como las letras, veamos ahora cuál de los dos espíritus, el del letrado o el del guerrero, trabaja más, y esto se vendrá a conocer por el fin y meta que cada uno se encamina, porque aquella intención se ha de estimar en más que tiene por objeto más noble fin. Es el fin y paradero de las letras (y no hablo ahora de las divinas, que tienen por blanco llevar y encaminar las almas al cielo, que a un fin tan sin fin como este ninguno otro se le puede igualar: hablo de las letras humanas, que es su fin poner en su punto la justicia distributiva y dar a cada uno lo que es suyo) entender y hacer que las buenas leyes se guarden. Fin por cierto generoso y alto y digno de grande estima, pero no de tanta como merece aquel a que las armas atienden, las cuales tienen por objeto y fin la paz, que es el mayor bien que los hombres pueden desear en esta vida terrenal. Y, así, las primeras buenas nuevas que tuvo el mundo y tuvieron los hombres fueron las que dieron los ángeles la noche que fue nuestro día, cuando cantaron en los aires: «Gloria sea en las alturas, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad»; y a la salutación que el mejor maestro de la tierra y del cielo enseñó a sus allegados y favoridos fue decirles que cuando entrasen en alguna casa dijesen: «Paz sea en esta casa»; y otras muchas veces les dijo: «Mi paz os doy, mi paz os dejo; paz sea con vosotros», bien como joya y prenda dada y dejada de tal mano, joya que sin ella en la tierra ni en el cielo puede haber bien alguno. Esta paz es el verdadero fin de la guerra, que lo mesmo es decir armas que guerra.»

B) Observa estas ilustraciones (solo para participantes inscritos) de José Jiménez Aranda y elige para cada una de ellas un pie descriptivo adecuado de entre los que se ofrecen a continuación:
1. Cuatro hombres, respondió el ventero, vienen a caballo a la gineta, con lanzas. 2. Hasta Sancho Panza lloraba. 3. La ventera, su hija y Maritornes aderezaban el camaranchón. 4. Ahora te digo, Sanchuelo, que eres el mayor bellacuelo. 5. A ella, con la turbación y desasosiego, se le cayó el tafetán. 6. Entró luego tras él, encima de un jumento, una mujer a la morisca vestida. 7. Callaban todos, y mirábanse todos, Dorotea a don Fernando, don Fernando a Cardenio, Cardenio a Luscinda, y Luscinda a Cardenio. 8. Dióle de vestir Sancho. 9. Quien quiera que os dijo eso, valeroso Caballero de la Triste Figura, que yo me había mudado y trocado de mi ser, no os dijo lo cierto. 10. Dijo: “Señoras mías, esta doncella apenas entiende mi lengua”. 11. Los levantó y abrazó con pruebas de mucho amor. 12. Salió en esto Don Quijote armado de todos sus pertrechos. 13. Se dejó caer de espaldas, desmayada; y a no hallarse allí junto el barbero, que la recogió en los brazos, ella diera consigo en el suelo. 14. Todo esto escuchaba Sancho, no con poco dolor de su ánima. 15. Abrazóla Luscinda con mucho amor, diciéndole: "Sí, sí, María, María". 16. Dorotea la tomó por la mano y la llevó a sentar junto a sí, y le rogó que se quitase el embozo.

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Apunte gráfico (solo para curiosos) ver

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