La generosidad del fanatismo


«Creo que la esencia del fanatismo reside en el deseo de obligar a los demás a cambiar. En esa tendencia tan común de mejorar al vecino, de enmendar a la esposa, de hacer ingeniero al niño o de enderezar al hermano en vez de dejarles ser. El fanático es una criatura de lo más generosa. El fanático es un gran altruista. A menudo, está más interesado en los demás que en sí mismo. Quiere salvar tu alma, redimirte. Liberarte del pecado, del error, de fumar. Liberarte de tu fe o de tu carencia de fe. Quiere mejorar tus hábitos alimenticios, lograr que dejes de beber o de votar. El fanático se desvive por uno. Una de dos: o nos echa los brazos al cuello porque nos quiere de verdad o se nos lanza a la yugular si demostramos ser unos irredentos. En cualquier caso, topográficamente hablando, echar los brazos al cuello o lanzarse a la yugular es casi el mismo gesto. De una forma y otra, el fanático está más interesado en el otro que en si mismo por la sencillísima razón de que tiene un sí mismo bastante exiguo o ningún sí mismo en absoluto».

Esta brillante y certera reflexión de Amos Oz sobre la esencia del fanatismo (en cualquiera de sus múltiples manifestaciones) me sirvió ayer de colofón para el Taller de lectura Educar en el fanatismo (niños programados) que he tenido el placer de impartir en Granada desde final de abril.

Unamuno, una vez más, ha triunfado, y su Apolodoro ha hecho reír y sufrir, pensar y emocionar. Gosse, por su parte, se ha ido ganado lenta y progresivamente a los lectores, con su sincera y meticulosa confesión de una niñez asfixiada por un padre dotado de un radicalismo religioso (nótese el oxímoron) altamente nocivo. Gosse es un extraordinario escritor y su Padre e hijo un libro de los que se incrustan en la memoria de los que lo leen y no se va de allí jamás. Ni debería irse.

Por lo demás, esta mañana me he desayunado con este titular de prensa, que recoge las palabras de uno de los terroristas de Londres: "Por Alá mataría hasta mi madre".

Lo dicho.

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