Lo que es justo y correcto



Emerson es de esos autores que hay que tener siempre entre dedos y bajo atenta y vigilante mirada.

«Para estar en soledad las personas necesitan retirarse tanto de su habitación como de la sociedad. No estoy solo mientras leo o escribo, aunque nadie esté a mi lado. Pero si alguien quiere estar realmente solo que mire a las estrellas. Los rayos que provienen de esos mundos celestes le separarán de lo que toca. Podríamos pensar que la atmósfera se hizo transparente con la finalidad de dar al hombre, a través de los cuerpos celestes, la presencia perpetua de lo sublime. ¡Qué grandes parecen desde las calles de las ciudades!»

Dejarse llevar por su ritmo y por su sabiduría es un regalo que, por sí solo, celebra y justifica el hecho de haber aprendido a leer. En una tarde lluviosa de invierno, junto a una chimenea, o en un claro día de verano, a la orilla de un río o al pie de un árbol, la lectura de Emerson es tan reconfortante y amplificativa que difícilmente se desvanece luego en nuestra memoria.

«Las estrellas inspiran cierta reverencia porque aunque siempre están presentes, son inaccesibles, pero todos los elementos naturales dejan una impresión semejante, cuando la mente está abierta a su influencia. La naturaleza nunca muestra una apariencia mezquina. Ningún hombre sabio vulnera su secreto, ni sacia su curiosidad desvelando toda su perfección.

La naturaleza no se convierte en juguete para un espíritu elevado. Las flores, los animales, las montañas, reflejan la sabiduría de su mejor momento, tanto como habían deleitado la sencillez de su infancia.»
 
Verdad, Bondad y Belleza, la tríada esencial platónica, impregna toda su obra, especialmente la que dedicó de manera tan admirable a la relación del hombre con la naturaleza. Verdad, Bondad y Belleza que es lo mismo que decir Filosofía, Ética y Arte.

«Para hablar claro, pocos adultos son capaces de ver la naturaleza. La mayor parte de las personas no ven el sol, o al menos su visión es superficial. El sol solo ilumina el ojo humano pero brilla en la mirada y el corazón del niño. El amante de la naturaleza es aquel cuyos sentidos internos y externos están realmente ajustados entre sí; aquel que retiene el espíritu de la infancia aunque llegue a la edad adulta. Su relación con el cielo y la tierra se convierte en su alimento diario. En presencia de lo natural, un delicioso sentimiento salvaje recorre a las personas a pesar de sus penas. La Naturaleza dice «esta es mi criatura» y a pesar de sus impertinencias disfrutará conmigo. No solo el sol o el verano, sino que cada momento y estación rinde su tributo de deleite. Cada momento, cada cambio corresponde a un estado diferente de la mente, desde el mediodía jadeante a la tenebrosa medianoche. La naturaleza es una configuración que se adapta así de bien tanto a la comedia como a la tragedia. Con buena salud, el aire es un acicate de increíbles virtudes. En el crepúsculo, atravesando un simple campo, charcos de nieve, bajo un cielo nublado, sin que cruzara por mis pensamientos nada de especial fortuna, disfruté de una alegría perfecta, una emoción vecina al temor. También en los bosques el hombre puede dejar atrás su edad, como la serpiente su piel, y ser un niño a pesar del tiempo. En los bosques se siente la eterna juventud. En estas plantaciones de Dios reina el decoro y la santidad, y se celebra un festival perenne en el que el invitado no podría cansarse de ello ni en mil años. En los bosques regresamos a la razón y la fe. Si me fijo bien, siento que nada malo puede acontecer en mi vida, ninguna desgracia, ninguna calamidad que la naturaleza no pueda reparar. Sobre la tierra desnuda —con mi cabeza bañada por el aire libre e inmerso en el espacio infinito—, desaparece todo rastro de egoísmo. Me convierto en un transparente globo ocular; no soy nada; veo todo; las corrientes del Ser Universal me atraviesan; soy parte o partícula de Dios. El nombre del amigo cercano suena entonces ajeno y accidental: ser hermano o conocido, dueño o sirviente, es entonces una nimiedad y un trastorno. Soy amante de la belleza incontenible e inmortal. En la naturaleza salvaje encuentro algo más amado y afín que en las calles o las aldeas. En la tranquilidad de un paisaje, y especialmente en la lejana línea del horizonte, el hombre observa algo tan hermoso como su propia naturaleza.»

Emerson es de esas lúcidas mentes que avisaron del batacazo que el hombre podía estar a punto de darse si seguía gastando esa soberbia de creerse dueño de todo, el único ser creado a imagen y semejanza de Dios, el rey del mambo. Y eso un ser que le ha vuelto la espalda a todo lo que no sea su propio interés, que depreda y utiliza lo que se le ponga por delante, que no tiene el más mínimo respeto por el resto de criaturas vivas que con él comparten y lo comparten en usufructo el mundo.

«La mayor delicia que proporcionan los campos y bosques es la sugerencia de la oculta relación entre humanos y plantas. Ni estoy solo, ni soy ningún extraño. Me saludan y yo a ellos.

En medio de la tormenta el balanceo de las ramas es a la vez para mí nuevo y antiguo. Me sorprende, y a la vez no me es desconocido. El efecto que produce es el mismo que cuando un pensamiento elevado, o una intensa emoción me embarga, siento que es justo y que ocurre lo correcto.»

La edición de los dos hermosos textos que el pensador de Concord dedicó a la Naturaleza los ha reunido la editorial La Línea del Horizonte en un precioso volumen, con excelente traducción de Salvador Sediles y de Carlos Muñoz Gutiérrez, quien firma además una espléndida introducción titulada "El Virgilio americano".

Comentarios

  1. Después de haber leído recientemente tres biografías sobre Thoreau me apetece leer a Emerson -estas Naturalezas, así como sus Diarios- quien obró de maestro de Thoreau cuando éste tenía veinte años y al que animaría a escribir y con quién compartiría su amor exaltado hacia la naturaleza.

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    1. Hola Francisco: una vez que conoces a Emerson, lo echas en la mochila, junto con Séneca o Montaigne. No falla. Saludos.

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