Protección contra la vulgaridad


Acaba de publicar Atalanta un libro que me interesa (¿cuál no de esta editorial?) por su original planteamiento: el de ofrecer una panorámica antológica de aquellos escritores franceses e ingleses que, a finales del XIX y principios del XX, se apartaron de los usos literarios del naturalismo y fueron un paso más allá en el refinamiento artístico, protegiéndose, como diría Valéry, "contra el asalto de la vulgaridad". La crítica del momento los llamó decádents, un calificativo que más que molestarles, aceptaron con cierto orgullo, pues les hacía saberse diferentes.

Como señala Jaime Rosal en uno de los dos prefacios de este volumen (el otro lo firma el propio Jacobo Siruela, editor del volumen), en 1886 Anatole Baju, fundador del periódico Le Décadent littéraire et artistique, dejaba claro cuales eran los objetivos de este movimiento. Como esta declaración no tiene desperdicio, la copio íntegramente a continuación:

Disimular el estado de decadencia al que hemos llegado sería el colmo de la insensatez. 
Religión, costumbres, justicia, todo se desmorona, o mejor: todo sufre una transformación ineludible. 
La sociedad se descompone bajo la acción corrosiva de una cultura delicuescente. 
El hombre moderno está hastiado. 
Refinamiento de apetitos, de sensaciones, de gustos, de lujos, de placeres; neurosis, histeria, hipnotismo, morfinomanía, charlatanería científica, schopenhauerismo a ultranza: tales son los patrones de la evolución social. 
Sobre todo es en la lengua donde se manifiestan los primeros síntomas. 
A necesidades nuevas corresponden ideas nuevas, infinitamente sutiles y matizadas, y la necesidad de crear palabras inéditas para expresar tal complejidad de afectos y sensaciones fisiológicas. 
Solamente nos ocuparemos de este proceso desde el punto de vista de la literatura. 
La decadencia política nos deja fríos.
Por lo demás, ésta avanza en su propio tren movido por esa secta de políticos cuya aparición sintomática era inevitable en estas horas exangües. 
Nos abstendremos de la política como de una cosa idealmente infecta y abyectamente despreciable. 
El arte no tiene partido; de hecho, es el único punto de integración de todas las opiniones. 
Es el arte del que vamos a ocuparnos; lo seguiremos en todas sus fluctuaciones. 
Dedicamos esta publicación a las innovaciones venenosas, a las audacias estupefacientes, a las incoherencias, a las treinta y seis atmósferas en el límite más comprometido de su compatibilidad con las convenciones arcaicas etiquetadas bajo el nombre de moral pública. 
Seremos las divas de una literatura prototípica, precursores del transformismo latente que carcome los estratos superpuestos del clasicismo, del romanticismo, del naturalismo; en una palabra, seremos los profetas clamando por siempre el credo elixirizado, el verbo quintaesenciado del decadentismo triunfante.
El libro incluye textos de los franceses Théophile Gautier, Isidore Ducasse, Barbey d’Aurevilly, Jean Richepin, Villiers de L’Isle-Adam, J.-K. Huysmans, Jean Moréas, Marcel Schwob, Léon Bloy, Pierre Louÿs, Stéphane Mallarmé, Jean Lorrain, Octave Mirbeau; y de los ingleses William Beckford, Oscar Wilde, Max Beerbohm, Aubrey Beardsley y Aleister Crowley. Completan el volumen las ilustraciones de Odilon Redon y Aubrey Beardsley.

¡Qué faltos estamos en nuestros días de una remesa de ilustres decadentes! 

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