El aire de los odres
«Ciertamente, en cualquier caso, para el joven un adorno seguro es el silencio, sobre todo, cuando, al escuchar a otro, no se altera ni se alborota ante cada cuestión, sino que, aunque el discurso no sea demasiado agradable, lo soporta y espera a que termine el interlocutor, y una vez que termina, no se lanza inmediatamente a la réplica, sino que, como dice Esquines, deja pasar un tiempo, por si quisiera añadir algo a lo dicho el que ha hablado o cambiar y quitar algo. Los que inmediatamente se oponen, actúan torpemente, porque ni escuchan ni son escuchados al hablar a los que estaban hablando; pero el que está acostumbrado a escuchar con moderación y con respeto recibe y conserva el discurso provechoso; en cambio, distingue y descubre mejor el inútil o falso, mostrándose amigo de la verdad y no amigo de la disputa ni impetuoso ni alborotador. De ahí que, no sin razón, dicen algunos que es más necesario sacar de los jóvenes el aire presuntuoso y la vanidad que el aire de los odres, si se quiere verter en ellos algo provechoso, y, si no, no pueden admitir nada, porque están llenos de orgullo y de arrogancia.»
(De Sobre cómo se debe escuchar. Plutarco. Ed. Gredos)
Imagen: Capricho n. 39. Francisco de Goya
La insolencia, como la juventud, es una enfermedad que se pasa con los años.
ResponderEliminarMagnífico texto, Jesús. Me alegra que hayas regresado.
Un abrazo,
Carmen Martín