Tom y el señorito Blifil
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Portrait of two boys, Joseph Francis Nollekens, 1745 |
«Como desde el momento mismo en
que nos sentamos a escribir esta historia decidimos no halagar a nadie, sino
guiar nuestra pluma por los caminos de la verdad, nos vemos obligados a
presentar a nuestro héroe en unas condiciones bastante más desventajosas de las
que desearíamos, y a declarar honradamente, incluso desde su primera aparición,
que era opinión unánime de todas las personas que integraban el hogar del señor
Allworthy, que había nacido para ser ahorcado.
Y he de reconocer, no sin pena, que estas
conjeturas no carecían de fundamento. Desde su más tierna edad el muchacho
había puesto de manifiesto su propensión a muchos vicios, y en especial a uno
que tiende directamente, al igual que algunos otros, hacia ese fin que acabamos
de observar que le había sido proféticamente anunciado. Había sido ya declarado
autor de tres robos: saquear un huerto, hurtar un pato del corral de un
granjero y sacar una pelota del bolsillo del señorito Blifil.
Los vicios del muchacho aparecían aumentados,
además, cuando se los comparaba con las opuestas virtudes del señorito Blifil,
su compañero, de un temple tan diferente al del pequeño Jones que no sólo los
de la casa, sino toda la vecindad cantaba sus alabanzas. Era, en efecto, un
muchacho de notables cualidades: sobrio, discreto y con una piedad muy superior
a lo que de su edad podría esperarse. Cualidades que le granjeaban la
estimación de todos cuantos le conocían, en tanto que Tom Jones era el objeto
del desagrado general, siendo muchos los que se admiraban de que el señor Allworthy
se aviniera a que un muchacho de esta clase se educara con su sobrino, sin tener miedo de que las buenas costumbres del último se corrompieran con el ejemplo del primero.»
Henry Fielding. Tom Jones (Libro III, cap. 2). Trad. de María Casamar
Jesús, gracias por las advertencias referentes al poco rigor de algunas traducciones de " Tom Jones ", como la edición de Planeta del 89, la que tengo, y la del Club internacional del libro. Muchas veces no reparamos en lo determinante que resulta, más aún tratándose de una obra clásica, la traducción, si no ha sido rigurosa nos privará de multitud de matices y será difícil que captemos la verdadera esencia de la obra, es como atemperar con agua un exquisito café arábica para atenuar su sabor, se pierden sutiles matices que le confieren su verdadera personalidad. Un saludo.
ResponderEliminarAsí es. La traducción es fundamental. Y lo peor es que a pocos lectores parece importarle. Yo, como estoy muy escarmentado en este aspecto, prefiero poner sobre aviso. Gracias a ti.
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