Lo que no se explica

Adrien Guignet. Encuentro entre Cambises II y Psaménito III (Detalle)

«El primer narrador de los griegos fue Heródoto. En el capítulo catorce del tercer libro de su Historia hay un relato del que mucho puede aprenderse. Trata de Psaménito. Cuando Psaménito, rey de los egipcios, fue derrotado por el rey persa Cambises, este último se propuso humillarlo. Dio orden de colocar a Psaménito en la calle por donde debía pasar la marcha triunfal de los persas. Además dispuso que el prisionero viera a su hija pasar como criada, con el cántaro, camino de la fuente. Mientras todos los egipcios se dolían y lamentaban ante tal espectáculo, Psaménito se mantenía aislado, callado e inmóvil, los ojos pegados al suelo. Y tampoco se inmutó al ver pasar a su hijo con el desfile que lo llevaba a su ejecución. Pero cuando luego reconoció entre los prisioneros  a uno de sus criados, un hombre viejo y empobrecido, sólo entonces comenzó a  golpearse la cabeza con los puños y a mostrar todos los signos de la más profunda pena. 
Esta historia permite recapitular sobre la condición de la verdadera narración. La información cobra su recompensa exclusivamente en el instante en que es nueva. Sólo vive en ese instante, debe entregarse totalmente a él, y en él manifestarse. No así la narración, pues no se agota. Conserva sus fuerzas acumuladas y es capaz de desplegarse pasado mucho tiempo. Por eso Montaigne volvió a la historia del rey egipcio, preguntándose: ¿por qué sólo comienza a lamentarse al divisar al criado? Y él mismo Montaigne responde: "Porque estando tan saturado de pena sólo requería el más mínimo agregado para derribar las presas que la contenían". Eso según Montaigne. Pero asimismo podría decirse: "No es el destino de los personajes de la realeza lo que conmueve al rey, por ser el suyo propio". O aún: "El gran dolor se acumula y sólo irrumpe al relajarnos. La visión de ese criado significó la relajación". Heródoto no explica nada. Su informe es absolutamente seco. Por ello, esta historia aún está en condiciones de producir sorpresa y reflexión. Se asemeja a las semillas de grano que, encerradas en las milenarias cámaras impermeables al aire de las pirámides, conservaron su capacidad germinativa hasta nuestro días.»
Walter Benjamin. El narrador, 1936

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