Pauvre diables
Barbusse y su instructor particular de tenis, Carl Joseph Banagus, a quien dedica este aforismo |
En la página 123 de sus Pensamientos volátiles para días de cansancio extremo, libro al que ya nos hemos referido aquí en alguna ocasión, escribe Barbusse una sentencia que, a mi parecer, es bastante precisa y enjundiosa:
La creencia de que los demás sí son felices no solo es errónea y distorsionada, sino que es una de las mayores fuentes de nuestra infelicidad.
La querencia que el autor profesa a este aforismo nos la prueba el hecho de que, de todos los aforismos que componen su obra -más de doscientos-, es éste uno de los pocos que no se nos presenta a página desnuda, sino que va acompañado de un texto que, por su brevedad y contenido más bien abstruso -todo hay que decirlo-, no me atrevería a calificarlo de nota aclaratoria o exégesis. El texto es el siguiente:
* Tras la fachada de inconsciente hipocresía o congénita impostura de nuestros semejantes se esconde -raro es el caso en que no- una vida disconforme o insatisfecha, cuando no amargamente en conflicto. La razón de por qué la mayoría de nuestros congéneres se comporta como si esta vida fuese de lo más imperturbablemente navegable, disimulando todo -o casi todo- lo que como humanos sienten, es un enigma tan solo comparable a cómo se levantaron la pirámides de Egipto. Orgullo, pudor o una pertinaz incapacidad para admitir su humanidad podrían ser hipótesis más o menos plausibles. Así como Don Quijote veía gigantes donde había molinos, así nosotros solemos ver dicha donde hay decorado. Eso puede hacernos percibir -conviene estar precavidos- como seres anómalos, insólitos, marginales. Pero no es verdad: todos buscamos el bálsamo, aunque no hay tal; todos deambulamos en busca de ese alimento anhelado y desconocido del que hablaba Kafka, aunque todo el mundo lo vive secretamente (contarlo sería como airear nuestra vulnerabilidad y nos mostraría sinceros, luego idiotas, a los ojos de los demás). Rumiantes de nosotros mismos, somos pauvre diables, especialmente tú, sí, tú que ahora me lees y quizás te crees que no lo eres. Tiempo tendrás de descubrirlo.
Mucho se ha hablado de ese sí que aparece en la primera parte del aforismo. Fíjense que Barbusse escribe "La creencia de que los demás sí son felices...", cuando podría haber escrito "La creencia de que los demas son felices...". Jean Clotat, insigne crítico y estudioso de la obra del autor, ha puesto de manifiesto el importante papel que, a su juicio, tiene el adverbio sí en la composición interna de este aforismo. "Este sí funciona -dice Clotat- como un elemento de significado absolutamente contrario al que, a simple vista, parece expresar el significante, esto es, como una negación, como una autoexclusión del propio sujeto que habla, con respecto a ese sentimiento de felicidad revelado por otros -los demás- y que es percibido como algo ajeno, extraño o inexperimentado. Pocas veces un sí ha tenido una carga semántica tan potente; si ese sí no se hubiera escrito, si no apareciera ahí colocado en la posición exacta dentro de la frase, los resultados hubiesen sido muy distintos y, por seguro, mucho menos brillantes. Esto demuestra -concluye Clotat- la gran sutileza, el alcance moral y la deslumbrante economía expresiva con la que Barbusse ha concebido sus aforismos que, vistos hoy con perspectiva, son de una frescura y de una maestría indiscutibles".
El aforismo en cuestión que comentamos está dedicado -así reza al menos en el ejemplar que manejo (2ª ed., publicado por la casa Hanger e Hijos, de Leyden, sin fecha)- a Carl Joseph Banagus, íntimo amigo e instructor particular de tenis del escritor durante su juventud.
Si la última frase -en estilo directo e imperativo- que aparece en el texto que acompaña al aforismo está dirigida o no a Banagus no lo sabemos. Barbusse nunca se ha pronunciado al respecto (destesta hablar de sus obras). Tal vez simplemente sea un recurso estilístico de carácter amplificativo y admonitorio, sin más, aunque sí parece cierto, según opinión de algunos de sus más reputados biógrafos, que el autor podría haber profesado cierta envidia a Banagus, por gozar éste de una estilizada técnica tenística, inalcanzable por él, de ahí que el susodicho rapapolvo pudiera estar destinado a él. En fin, esta cuestión la dejamos en manos de futuras investigaciones.
Arriba, el retrato de ambos amigos mientras descansaban de un entrenamiento en el pabellón de deporte de la finca del autor. Barbusse, ni que decir tiene, es el de la izquierda, el que aparece sosteniendo una raqueta y fumando; Banagus es el del fondo, sumido en cavilaciones, hemos de suponer relativas a cómo sacar más provecho como tenista del famoso autor de Pensamientos volátiles.
Alexander H. Maliksen,
amigo y estudioso de la obra de monsieur Barbusse.
Mire que nos dan ustedes en qué pensar. ¿Dónde se encontrará, fuera de estas páginas, ese compendio de sabiduría?
ResponderEliminarBrillante.
ResponderEliminarDebajo del absurdo y horrible guirigay, siempre hay un momento para la reflexion...
ResponderEliminarEnorme Barbusse !
Un día de estos espero impaciente hacerme con ese volumen de Pensamientos volátiles para días de cansancio extremo...señor Barbusse, es usted un genio. Yo siempre he pensado de mí misma que era una pobre diabla, sin entender por qué todos a mi alrededor parecían tan barrocamente felices.
ResponderEliminarGrandiosa entrada.
ResponderEliminarPor eso me gusta tanto este blog, por hallazgos como este.
ResponderEliminarA mi particularmente me parecen geniales estos aforismos que poco a poco nos ofrece el Sr. Barbusse, nunca mejor dicho. Lo que sí me resulta curioso es porque tienen que estar destinados a días de cansancio extremo, y este detalle debería ser aclarado en su momento por el Sr. Duvenand.
ResponderEliminarun saludo a todos.
Probablemente porque en esos días de cansancio extremo es cuando realmente se "ve". Creo que algo de esto me dijo Barbusse al respecto, pero no sé si lo habré recordado bien, ya ve que en estas cosas yo soy un mandado.
EliminarSaludos,
E. Duvenand.
El eterno dilema de la felicidad,¿por qué empleamos nuestra energía en averiguar o querer entender la felicidad de los demás, cuando no nos paramos a pensar en la felicidad de ser y estar? Creo que si empezáramos por hacer esta tarea, la infelicidad que nos ronda desaparecería, o al menos sería menos abrumadora.
ResponderEliminarSí, no es mal camino. No obstante, no podría yo aclarar mucho al respecto. En mi opinión, poco avalada, lo que el autor quiere subrayar con este aforismo y su texto adjunto es la sensación de alteridad que puede provocar en el sujeto sensible el que, en un mundo incomprensible, la gente se comporte como si no lo fuera, disimulando sus inquietudes, anhelos, conflictos, dudas, miedos, cobardías, insatisfacciones, que es lo que los hace seres humanos, lo que los dota precisamente de humanidad. Creo, eh, tampoco se lo tome esto al pie de la letra. Ya digo que Barbusse es parco en aclaraciones.
EliminarEncantado de saludarle. (¿Mucho calor por la ínsula?)
Fdo. E. Duvenand