Por qué adoro septiembre



Siempre hay un regreso del pasado en septiembre. Una luz ya vivida, una bocanada de aire fresco que viene del aliento de nuestra boca de niño, de nuestros ojos de niño, de nuestros firmes dedos de niño que, ante esos mismos lentos ojos de la infancia, sostienen, con devoción inconsciente, un maravilloso libro inmortal de Stevenson, o de Twain, o de Dumas. 

Son eternas historias de aprendizaje. Bálsamo de nuestros futuros desatinos de lectores. Epicentro de la imaginación y del afán de vida. Qué cerca teníamos la verdad, sin saberlo, ¡ingenuos! Esa verdad que, incansables, buscamos después, inútilmente, en los polígonos de la adultez errante y sin brillo.

Viva la aventura, el mar y el salitre. Los piratas y los barcos, la honestidad y el valor, la entereza, el ron, la amistad verdadera, que alza siempre en el aire, sin apenas quererlo, una bandera de jovialidad y de dicha.   

[A propósito de la edición de Secuestrado, de Robert Louis Stevenson, que publica Alba y que traduce Catalina Martínez Muñoz]. 

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