Defensa del oblomovismo

«(...) Oblómov es un joven y desvalido aristócrata, incapaz de hacer nada con su vida. Duerme mucho, bosteza continuamente dentro de su bata deshilachada. No hace nada, pero es que nada. Encogerse de hombros es su gesto preferido. Es de esa clase de personas que tienen la costumbre de irse a dormir antes de fatigarse. Estar tumbado cuanto más tiempo mejor parece su única aspiración, su modesta aunque envenenada rebeldía. A lo largo de toda la novela de Goncharov, el joven Oblómov raramente deja su habitación, donde permanece tumbado en un diván intentando evitar las propuestas y las obligaciones que le llegan del exterior, y sólo hasta muy avanzado el libro no le veremos, por primera vez, salir de la cama. Ha perdido la costumbre de moverse, de vivir, de ver gente, le parece que se ahoga en medio de la multitud. Es alguien que dio por terminada hace tiempo su vida en sociedad, y vive literalmente como un joven tumbado o, mejor dicho, como un muerto: la vida fluye pero sólo a su lado, sólo al lado de su diván, en realidad la vida nunca ha pasado por él.

Amado por Olga, ésta desiste de su empeño en llevarlo al altar cuando comprende que el joven elegirá siempre el reposo si ha de decidir entre el reposo y ella. Tal convicción la lleva entonces a casarse con Stolz, amigo de infancia de Oblómov y contrapunto exacto de este, porque es un trabajador infatigable y un entusiasta de Europa y del progreso y un tipo absolutamente convencido de que lo natural es vivir… La novela de Goncharov –en realidad irresumible como todas las buenas novelas- fue durante tiempo vista como una crítica de la nobleza rusa y del régimen zarista, pero lo que ha perdurado del libro no ha sido su conciencia política, sino el talento del autor al crear el paradigmático personaje de Oblómov, de quien en el libro se nos explica, con moroso detalle y mucha gracia, su desdichada forma de ser. ¿Desdichada? Quizás sea al revés y Oblómov, alejado de toda acción, sea un alma feliz, completamente feliz.

Su inmovilismo atrae a muchas almas hoy más que nunca. Hoy, cuando la crisis empieza a propiciar una modesta pero envenenada rebelión, en el fondo inquietante para el poder económico: la silenciosa rebelión de los oblomovs que surgen de entre las gavillas de jóvenes tumbados por el paro. La consigna es apartarse, hacer uso del ‘derecho de irse’ que reclamaba Baudelaire. Para ejercer ese derecho y afiliarse al oblomovismo la solución más práctica es quedarse quieto, descubrir que para huir de un lugar lo mejor es quedarse en él. En la novela de Goncharov la acción está prácticamente ausente de ella, y aún así parece que pase algo, quizás sea sólo la vida pasando al lado de la trama. El muy casero protagonista y cansado héroe de la nada no inicia jamás una acción ni actividad alguna que no sean sus vodevilescas disputas con su criado Zakhar en pasajes haraganes, pasajes del libro lógicamente gandules, pues éstos no hacen más que describir las monótonas jornadas de un indolente, de un ser abúlico, no nacido siquiera para hacer novelas: “Escribir de noche –pensó Oblómov– ¿cuándo dormirá? Seguramente gana más de cinco mil al año. ¡No está nada mal! Pero escribir todo el tiempo, derrochar el alma, el pensamiento en menudencias, cambiar de convicciones, comerciar con la inteligencia, la imaginación, violentar la propia naturaleza, sufrir la inquietud, la indignación, no conocer el reposo y estar siempre en movimiento… Y escribir, escribir siempre, ser como una rueda, una máquina: escribir mañana y pasado mañana, en días de fiesta, en verano, escribir constantemente. ¿Cuándo podrá detenerse y descansar? ¡Qué desgraciado!”.

Me parece que Oblómov acertó de lleno. ¿Qué es eso de comerciar con la inteligencia? ¿Cómo no darle la razón a este ocioso ruso tumbado, al joven que inspiró aquel sorprendente grafiti de Guy Debord en un muro del Quartier Latin de París en los años 50? Ese grafiti decía: “No trabajéis nunca”.

¿Y quién, al fin y al cabo, no es oblomovista? ¿Quién no intuyó alguna vez que ser ocioso es precisamente aquello con lo que sueña todo el mundo, “pues todo lo que el hombre hace es un intento por recuperar el paraíso perdido”? ¿Y quién no sospecha que los seres humanos lo que realmente ambicionan es la paz y el descanso?

(De "El joven tumbado (Oblómov)". Enrique Vila Matas, El País, Babelia, marzo 2012)

Oblómov, de Iván A. Goncharov, está publicado en español por Alba (arriba en la imagen) y Debolsillo, con la excelente traducción, ambas ediciones, de Luisa Kúper de Velasco. Oblómov es de esos libros -y personajes- que no se olvidan.

Comentarios

  1. Debido a las "llamadas de atencion" que recibi el otro dia por mi comentario sobre anonimo, hoy me declaro oblomovista, ademas que estoy totalmente de acuerdo con lo expuesto en esta entrada. Libro extraordinario.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. yo tambien me declaro oblomovista y tambien barojista

      Eliminar
  2. Goncharov, el creador de Oblómov, fue un escritor neurasténico que infirió a su personaje gran parte de las obsesiones de su patología, junto con un amable sentido del humor, que traspasa toda la obra. Por cierto, que Goncharov escribió también otra novela titulada 'Una historia corriente' que, por cierto, Luis, tú conoces mejor que yo, y en la que la ironía y el humor están también muy presentes.

    ResponderEliminar
  3. " A veces los rasgos de su rostro expresaban fatiga, pero no la fatiga del sufrimiento o la enfermedad, sino más bien una especie de languidez. Era evidente que libraba una lucha interior con algún sueño fascinante y que esa batalla la agotaba. Después de esos combates pasaba largo rato melancólica y taciturna; luego, de pronto, era presa de una alegría inexplicable que, no obstante, siempre estaba en consonancia con su caracter melancólico." (Una Historia Corriente. Iván A.Goncharov)

    http://www.solodelibros.es/21/08/2006/una-historia-corriente-ivan-a-goncharov/

    ResponderEliminar

Publicar un comentario