El camino de la vida, de Lev Tolstói
(Clásicos para regalar esta Navidad, y 5)

Acantilado edita la última obra de Tolstói, inédita en español.

A mediados de la década de 1870, después de escribir Guerra y paz y Anna Karénina, Tolstói sufrió una tremenda crisis existencial que se saldó con una conversión espiritual que habría de transformar para siempre su vida y su pensamiento. Los pormenores de esa crisis los plasma en un librito impresionante por su intensidad y dramatismo que se titula Confesión. Pocos artistas de la era contemporánea -quizá solo Dostoievski- han hurgado tanto en el alma humana como Tolstói en ese texto. Y pocos escritores han expresado de una manera tan honesta y conmovedora la angustia vital y la depresión: «Mi vida se detuvo. Podía respirar, comer, beber y dormir; de hecho, no podía no respirar, no comer, no beber y no dormir. Pero no había vida en mí porque no tenía deseos cuya satisfacción me pareciera razonable. Si deseaba algo, sabía de antemano que de ello no resultaría nada, tanto si se realizara como si no [...] Ese estado de ánimo podía expresarse de la siguiente manera: "Mi vida es una broma estúpida y cruel que alguien me ha gastado"».

Es entonces cuando el gigante ruso se plantea cómo puede salvarse, cómo puede vivir. Y es entonces cuando se lanza, desesperado, a encontrar un sentido a su vida, primero en la fe (que es imposible para una descreído como él), en la Iglesia (que le resulta fría y mendaz), en la lectura de los grandes filósofos (que le proporcionan saber pero no consuelo) y, finalmente, en la vida sencilla y humilde de los campesinos (a los que imita en fondo y forma). De ellos, solamente de ellos, del "pueblo de Dios" -se dice Tolstói convenciéndose a sí mismo-, se puede conocer la vida "correcta", ese gran estado de paciencia y de entrega a la dura existencia, a una muerte aún más dura. Y es así como el escritor, amo y señor de Yásnaia Poliana y de tantas otras cosas, se sitúa detrás de un arado a los cincuenta años de su vida, carga desde la fuente toneles de agua y riega el cereal. Se hace sus propios zapatos, barre su alcoba, cose su propio vestido y enseña a leer personalmente a los niños de su aldea. Pero ese "nihilista disfrazado" (en palabras de Stefan Zweig) dura poco. A la larga, no puede engañarse: "su intelecto rudo, beligerante y sabihondo de amo, no era el adecuado para conseguir la humildad constante y apática" (de nuevo Zweig). Tampoco así encuentra tranquilidad para su alma. Quizá porque, salvo para los muy valientes o muy inocentes, tampoco puede haberla.

Tolstói, con indumentaria de mujik, 1902

Cuando Tolstói se despoja finalmente del disfraz de mujik queda, sin embargo, lo que sí ha sido verdad: su metamorfosis íntima, su definitivo viraje hacia lo místico y espiritual. Y es precisamente este libro que acaba de publicar Acantilado, El camino de la vida, el mejor testimonio de esta transformación, porque en él se plasman y recogen todas las inquietudes existenciales que acompañaron a su autor hasta el final de su vida. Publicado en 1911, sólo unos meses después de su muerte en la estación ferroviaria de Astápovo, y traducido ahora por primera vez al español, este volumen reúne los pensamientos de los grandes sabios de todos los tiempos y de todas las tradiciones del mundo (Confucio, Epicteto, Marco Aurelio, Séneca, Lao-tse, Buda, Pascal, el Evangelio, Schopenhauer...), más las reflexiones del propio Tolstói, que sirven de hilo conductor o de conexión entre aquellos.

El camino de la vida está dividido en treinta y un capítulos, y cada capítulo está dedicado a un tema trascendental: la fe, el amor, el alma, la lujuria, la violencia, el castigo, la humildad, la muerte… Los capítulos están divididos en incisos y los pensamientos van hilvanándose uno con otro de manera que el lector pueda ir adentrándose de forma fluida y armónica en el tema propuesto. La idea de Tolstói era que el lector abordara un capítulo por día y que la lectura del libro se prolongara a lo largo de un mes.

Lo leamos en treinta y un días o en cuantos nos apetezca, y lo abramos por donde lo abramos, este singular breviario espiritual es siempre una lectura estimulante y enriquecedora. El camino de la vida admite ser visto como un último gesto de generosidad por parte de Tolstói hacia sus semejantes, un brindis de despedida de su paso por el mundo. En su ánimo estaba la idea de que si estas máximas, que había recogido con tesón y a lo largo de tanto tiempo, le habían servido para su propio perfeccionamiento interior, también podrían ser útiles a los demás. Esto desdibuja, en cierto modo, la fama de egocéntrico que lo acompañó en vida. Porque en este libro queda clara no solo su búsqueda personal, sino también, de manera evidente, como bien apunta la traductora (de lujo) de este volumen, Selma Ancira, "su necesidad imperiosa de despertar al ser humano para que éste comience, por fin, a llevar una vida de bien".

Un libro a contracorriente. Ayer, hoy y seguramente mañana.

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