El estupor y la maravilla, de Pablo d'Ors


Pablo d'Ors tiene la virtud de escribir sobre asuntos serios (en el sentido de vitales, de desencadenantes del discernimiento) con las herramientas más sabias que pueden emplearse en literatura (y probablemente también en la vida): un gran sentido del humor y de la ligereza. Pasear por sus libros -sí, pasear, porque esa es la sensación de libertad y de frescura que se siente al leerlos- supone siempre una experiencia vívida y memorable. Sus personajes, sus historias, a fuerza de sencillas, se quedan para siempre en nuestras retinas, en la cara oculta de nuestro cerebro, y surgen, de pronto, cuando menos te lo esperas (o sí, sí te lo esperas) para recordarte que quejarse sin motivo es de canallas y de desagradecidos. Y esto, d'Ors lo hace con extrema facilidad, sin sermones ni cursilerías, sino dibujándonos una permanente sonrisa en los labios.

Alois Vogel, protagonista de este admirable y precioso libro, fue un niño, un adolescente y un joven enfermizo, que dejó por completo de estar enfermo a los treinta y cuatro años de edad, al ser contratado por el Museo de los Expresionistas de Coblenza, donde trabajará de vigilante hasta su jubilación. Con esa ingenuidad fértil y entrañable que le caracteriza, Vogel se define desde el principio, para que no haya malentendidos por parte de algún lector despistado: «Los que todavía hoy acuden a los museos son gente extraña: raros, inadaptados, solitarios, enfermos... Pero a mí siempre me ha interesado la gente así; yo mismo soy un inadaptado y un solitario y un enfermo. Soy indefectiblemente uno de ellos; cualquiera que me conozca, y aun sin conocerme, puede testificarlo».

Y, después, Vogel describe muy bien el entorno donde va a pasar tantas horas, días y años de su vida, al mismo tiempo que nos da el tono (entre surrealista, lúcido y cómico) en el que se dispone a narrar sus memorias:

«En realidad, la gente más interesada en arte es, con frecuencia, la que menos visita los museos. Según he observado a lo largo de estos últimos veinticinco años, ocupado en vigilar algunas salas del Museo de los Expresionistas de mi ciudad natal, el visitante habitual no dedica la mayor parte de su visita a contemplar las obras de arte, sino a observar al resto de los visitantes. El visitante común suele fijarse a menudo en sus propios zapatos, así como en los ajenos y, por supuesto, en las uñas de sus manos, que apostaría que se observan cuando se visita un museo mucho más que en cualquier otra circunstancia. Si un hombre pasa a diario de uno a dos minutos mirando sus uñas -establezcamos este promedio-, ese mismo hombre duplicará y hasta triplicará esa marca el día en que visita un museo, en que llegará a invertir cuatro y hasta cinco minutos para mirarse esas mismas uñas. Pero, junto a las uñas y a los zapatos, propios y ajenos, el visitante esporádico también dedica un tiempo no desdeñable a mirar los focos o el techo, o los estores, o las baldosas, o los bancos -en los que tanto le gustaría sentarse, si estuvieran libres- o, en fin, el regulador de la temperatura, que es, sin duda, junto al extintor de incendios, uno de los objeto más observados».

El arte es co-protagonista de esta novela. Alegría desbordante, Paul Klee, 1939  

El estupor y la maravilla es todo un tratado de la mirada y de cómo, si nos fijamos bien, si estamos suficientemente atentos, podremos comprobar que todo alrededor nuestro es un misterio. Pero, para descubrir esto, es necesario desaprender la mirada, reconducirla a su estado primigenio y más perfecto, que es nuestra mirada de niño. Esto lo sabe bien Alois Vogel: «Sí, este pequeño niño me ha enseñado a mirar o, por decirlo mejor, a no cansarme de mirar», dice. Y añade: «Cuando algo fatiga, es que aún no se mira bien; quien se cansa de mirar algo no está todavía dentro de lo que mira. Por eso, precisamente, se cansa. En realidad, las personas empiezan a quererse cuando aprenden a mirarse; eso que llamamos amor consiste, después de todo, en mirar como conviene. Después de mirar algo adecuadamente, ya no podemos ser los mismos; después de mirar algo mucho tiempo, no podemos sino cambiar de vida».

El estupor y la maravilla es también una exaltación del arte como vía para recuperar el asombro ante el misterio de existir. Porque, como dice Vogel, «se puede vivir cuando todo es un misterio; cuando no es un misterio, resulta insoportable». Y, lo que es peor, aburrido. «Y el aburrimiento -de nuevo Vogel-  es el más grave insulto a la vida»

Comentarios

  1. Yo tuve la oportunidad de leer "Entusiasmo" de Pablo D'ors, y disfruté con su lectura. Me parece un escritor portentoso, que no se casa con nada ni con nadie, y dice las cosas bien claras y con un gran sentido del humor.

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    1. "Entusiamo" lo tengo pendiente, RamónJ. Y también "Contra la juventud".

      Sí he leído, sin embargo, "Andanzas del impresor Zollinger" (Impedimenta), que me parece delicioso.

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  2. Yo este autor lo tengo entre mis preferencias. español, pero muy europeizado, muy Kafka, muy Perutz, muy Sandor Marai. He leído Entusiasmo, que como dice RamonJ es un magnifico libro, también "Contra la Juventud" y Andanzas del impresor Zollinger, pero ante todo Biografía del silencio, una verdadera joya. Muy interesante entrada la de hoy Sr. Barbusse. Un saludo

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    1. Sí, señor, "Biografía del silencio". Hoy mismo concedía Pablo d'Ors una interesantísima entrevista a ABC donde el titular es: "El ruido es hoy el principal terrorismo".

      Dejo el enlace

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  3. Magnífica entrevista. Gracias por el enlace. El año que viene Otoño D'ors
    ;)

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  4. Conocí a Pablo D'ors con Biografia del silencio. En una época en la que intentaba terminar la tesis y el agotamiento mental me estaba pasando factura, ese libro fue un pequeño bálsamo

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