Planetarium, de Chris Wormell y Raman Prinja



Leer sobre el Cosmos, sobre el Universo, sobre lo que hay más allá del planeta Tierra (una caca de mosca en la inmensidad del espacio) es un ejercicio de humildad muy recomendable que yo practico con cierta asiduidad. Te obliga a mirar las cosas desde otro punto de vista, un punto de vista aéreo y cenital, como el que tendría un pájaro que volara a gran altura, a una distancia de años luz, sobre nuestras cabezas y a relativizar nuestra importancia, la del ser humano, ese que se cree el dueño y señor del orbe terrestre. Es entonces cuando empiezas a reírte de la pomposidad de nuestra especie, de su ridículo afán de protagonismo, de su patética solemnidad. 

Decía Carl Sagan que en el Universo hay más planetas que granos de arena en todas las playas del mundo. Y, sin embargo -es curioso esto-, hay personas dispuestas a partirse la cara o a liquidar a sus semejantes en nombre de un trocito minúsculo, microscópico, de uno de esos granitos. Es la historia del mundo, en realidad. Y sigue siéndola. Así que, cuando nos carguemos definitivamente nuestro planeta (y en esto progresamos adecuadamente), nos iremos a otro (si es que nos da tiempo) para poner allí nuestro huevecillo y continuar con nuestras labores de destrucción y excrecencia generalizadas. 

Por eso digo que es tan bueno leer sobre estos asuntos. Al principio puede dar vértigo, pero es un vértigo saludable. Nos obliga a abrir la mente y a relativizar todo, absolutamente todo. El hombre, como ser finito, no puede concebir en su mente algo infinito como el universo, dejó dicho Aristóteles (¿o era Aquino?). Y eso, además de fascinante, es el primer paso en el aprendizaje de nuestra levedad.   

Todo esto viene al hilo del maravilloso libro que Impedimenta acaba de publicar titulado Planetarium. Es un libro escrito, de manera clara y diáfana, por Raman Prinja, profesor de Astrofísica de la University College de Londres, y a cuyo texto acompañan unas deslumbrantes ilustraciones de Chris Wormell. El contenido de la obra no solo abarca el Sistema Solar, sino también la Via Láctea, los exoplanetas, la muerte de las estrellas, el fin del Universo, los agujeros negros, además de objetos astronómicos, estaciones de observación, etc.  


Planetarium es un libro instructivo y apasionante, un juguete precioso para todas las edades (como deben ser los juguetes) y que puede disfrutarse de manera individual o (puesto que así lo permiten sus extraordinarias dimensiones) compartida. 

Cada noche me llevo el libro a la cama, y me demoro leyendo algún fragmento o mirando alguna de sus maravillosas ilustraciones. ¡Qué poca cosa somos!, pienso. Sin embargo, mi mente navega por sus páginas sin inquietud, sin sobrecogimiento, antes al contrario, discurre de manera fluida y apacible, como un pez en el agua, como si eso que leo o miro fuese algo ya familiar a mi consciencia y, como si de algún modo, ésta reconociese (o recordase) en ello su entorno natural y primigenio. Al final va a ser verdad aquello del iluminado William Blake de que el cuerpo es solo el traje.  

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